El tacto de tu sonrisa,
el sabor especiado de tu mirada,
el roce de tu voz,
el eco de tu presencia envuelta en salitre,
despertaron en mí un voraz apetito,
un hambre insaciable e insistente de ti,
de vida,
de oxígeno,
de todo en estado puro
que jamás había sentido.
Y supe
que allí estaba mi sitio,
cerquita,
bien cerquita de ti,
bien cerquita.
Alex Muñoz
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